Vida adentro

marzo 20, 2023

Taberna El Patillas - Antonio Cantero 2017

Quenántropo ha acabado, por el momento, su recorrido como cuaderno de bitácora. ¡Lastima, bandoneón! Escribí el último post en este blog en febrero de 2021, y he esperado dos años antes de decidirme a suspender, digamos oficialmente, este diario de viaje, que empezó en 2010 y que ha cumplido su misión: entender mejor este camino, y compartirlo. He esperado dos años un poco por añoranza de todo lo que ha representado, y quizás un poco por pena. Pero también porque no se puede meter prisa a las estaciones, y hay que dejar que las metamorfosis se tomen su tiempo. La pandemia ha catalizado cambios. En algunos casos, literalmente, los ha propiciado. En otros, solamente se ha limitado a acelerar el proceso. Por lo que atañe a la música, por lo menos en mi caso, ha operado, como mínimo, sobre dos aspectos distintos. El primero es social, y puede que no sea muy reconfortante. La música (e incluso este blog) es parte de un sistema social, y sirve como expresión y medio de crecimiento de un sistema social. Pero las relaciones sociales, a pesar de ser tan sencillas, nunca son fáciles. Y, con los años, la cosa se hace cada vez más complicada. Cada uno reacciona de una forma distinta, o responde con una estrategia distinta. Para mí la música siempre ha sido un camino personal, y cada año que pasa lo es todavía más. Tanto a nivel de exploración como a nivel emocional. Personal. El otro aspecto es más positivo: las metamorfosis cambian el nicho ecológico de un individuo, abriendo puertas y ventanas hacia otros mundos. Cuando un animal sale de su metamorfosis, sus sentidos filtran y buscan estímulos distintos, y sus necesidades energéticas ya no son las mismas. He tocado la quena intensamente a lo largo de diez años, y he bailado tango con toda la entrega a lo largo de veinte. Ahora, entre el papel cada vez más personal e individual de la música y el hecho de que mi perspectiva se ha diversificado hacia otros horizontes, ha llegado el momento de cerrar este diario de viaje, empezado hace más de una década. Desde luego, a estas alturas sabemos que lo único constante de la vida es el cambio, y que la única certeza es que no hay certezas. Con lo cual, tampoco sirve discriminar entre un hasta luego y un adiós, entre un cierre categórico y un descanso momentáneo. Pero hay que saber reconocer cuando, dentro del mismo camino, se concluyen etapas.

Los diez años y pico de entradas de este blog se quedarán disponibles (por lo menos mientras la plataforma siga activa), porque a día de hoy siguen teniendo muchas visitas. Mis cuarenta y tantos artículos en la revista Investigación y Ciencia, desafortunadamente, han desaparecido de golpe hace un mes, cuando la multinacional Springer Nature compró la revista para cerrarla. Siguen disponibles mis artículos en la revista Jot Down (en español), mi blog profesional (en inglés), y mi blog personal (en italiano). También seguirán abiertos mis canales de YouTube sobre guitarra y sobre ukelele, así como mi blog fotográfico.  Y dejo aquí una entrevista reciente que cuenta diferentes aspectos de mis intereses actuales.

Quiero agradecer a todos los que habéis seguido y apoyado Quenántropo a lo largo de estos trece años, ha sido realmente un placer y un privilegio compartir esta parte de mi vida con vosotros. Y, sin más … ¡que suene La Cumparsita!

Balderrama

agosto 25, 2021

Argentina resuena

agosto 20, 2021

Argentina Resuena (Emiliano Bruner 2021)

Argentina Resuena – Youtube Channel

Tango pa´el salón

marzo 20, 2021

 

[Guitar Salon International]

Respirar el bambú (II)

febrero 27, 2021

Hemos hablado de shakuhachi con Juan Manuel Claro, embajador de la cultura musical japonesa en Buenos Aires. Y ahora entramos en el tejido de este instrumento, a través de la experiencia de nuestro luthier de cabecera, Ángel Sampedro del Río,  de Un Mundo de Bambú. Ángel, cómo siempre, le da caña a los instrumentos, en todos los sentidos. En el caso del shakuhachi, como artesano y como músico.

¿Qué tiene que saber quien decide empezar a practicar con este instrumento?

Para quien nunca tocó un instrumento de viento, puede resultar algo trabajoso, pero también puede resultar bastante intuitivo. Algo notable en nuestro ámbito (donde muchos vientistas vienen de la flauta travesera o de la quena) es que hay, de alguna manera, que “olvidar” o dejar de lado técnicas específicas de esos instrumentos. Lo más normal es que cuando un quenista toma un shakuhachi, le “suene a quena”. Justamente, la embocadura del shakuhachi es mucho más movible, y a ese recurso no solo se lo utiliza como técnica, sino que constituye gran parte del sonido característico del shakuhachi. Lo que en quena o en flauta nos aconsejan sobre “no mover la embocadura, soplar parejo”, en shakuhachi no es suficiente. Hay, por supuesto, que saber soplar de esa forma, pero también utilizar el movimiento de la embocadura para completar el panorama de recursos del instrumento. Así, en una misma posición de digitación, puede hacerse meri (cerrar la embocadura y bajar aproximadamente medio tono) o kari (abrir la embocadura y subir medio tono). Hay una medida tradicional de shakuhachi, de donde proviene su nombre: 1,8 pies japoneses, o un pie y ocho pulgadas, (I Shaku Ha sun) unos 54 cm, que resultan un Re. Ahora bien, un shakuhachi en Re debe poder, por la técnica de cierre de embocadura (meri y chu meri) poder ejecutar un Do# y un Do por debajo de su registro.

¿Cómo se construye un shakuhachi?

El shakuhachi se construye tradicionalmente en bambú, aunque hay hechos en otros materiales. El bambú usado (madake, Phyllostachys bambusoides) tiene nudos, que deben ser perforados. Lo más tradicional es dejar en la base una parte de su raiz, lo que le otorga su estética característica. Habría que mencionar acá que hay dos grandes tipos de shakuhachi, los ji ari y los ji nashi. Esta variante (acústicamente importante) reside en si el interior del instrumento está o no cubierto por ji, una especie de pasta hecha con piedra molida (con la consistencia de un yeso duro). Podemos decir que los ji ari son shakuhachi cuyo interior está totalmente relleno con esa cubierta, y luego trabajado para dar una forma estandarizada. Los ji ari (literalmente, “con ji”) son instrumentos más pesados, y más “perfectos” en cuanto a afinación y timbre. Por otro lado, los ji nashi (sin ji) son instrumentos que siguen el perfil de perforación natural del bambú. Son instrumentos más ligeros, y cada uno tiene sus características más particulares e individuales, que trae el propio interior del bambú. Son instrumentos preferidos para la práctica de meditación con piezas tradicionales de honkyoku. A veces puede agregarse solo un poco de ji u otra pasta en el interior del instrumento, para reducir el diámetro en una zona determinada. El resultado es un ji-mori (ji en parte o ji parcial). Las características de estos instrumentos se acercan más a los jinashi. La embocadura es un filo, como un corte en el tubo de bambú, a la altura de un nudo. A este filo se realiza un inserto de material más duro (cuerno de búfalo, ébano, marfil, etc) que forma el utaguchi, que cumple la función de darle más resistencia y precisión. Desde el punto de vista de la técnica de luthería, hay que reconocer que el shakuhachi es una flauta doble abierta de 5 agujeros, pero sus requisitos acústicos no se limitan a una pentatónica y su octava. El instrumento debe responder en posiciones poco usuales en las flautas occidentales – por ejemplo, el Tsu meri, descubriendo el primer agujero ligeramente y sonando 75 cents arriba de la “nota tónica”, así como otras notas que se obtienen por combinación de digitación y posición de la embocadura.

¿Cómo llegaste a este instrumento?

Nuestro camino de acercamiento al shakuhachi fue bastante singular. Comencé construyendo shakuhachi con la experiencia de construir varios otros instrumentos de viento, pero sin un contacto muy directo con el mismo. Tres hitos marcaron el camino de la construcción. Uno fue visitar en en 2000 a Monty Levenson, un referente de la construcción del shakuhachi, en California. Otro fue bastante incidental. En 2007 se organizó la exposición Luthería en Buenos Aires en el Jardín Japonés de esta ciudad. Como parte de los requisitos para realizarla en ese hermoso lugar, pedían realizar actividades relacionadas con la cultura japonesa. Fue ahí que, como había ya estudiado un tiempo el tema del shakuhachi, preparé una charla y contacté con Juanma (a quien ya conocía, pero contactamos más en directo). Luego, haber tomado algunas clases con Horacio Curti, avanzado practicante de shakuhachi argentino que reside en España. Ahí adquirí un shakuhachi Iuu (réplica en ABS de un shaku tradicional de muy buen rendimiento). En 2016 nos reencontramos con Juanma, con su conocimiento traído de Japón, y digamos se encarriló el viaje ji nashi, de las piezas de Roten Honkyoku y el lenguaje de silencios y sonidos del instrumento.

[Shakuhachi: Charla en el Jardín Japonés]

 

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Angel Sampedro del Río (Buenos Aires, 1965) es Miembro de la Asociación Argentina de Luthiers y co-organizador de las exposiciones Luthería en Buenos Aires (2002-2019). Docente a cargo de la cátedra de Acústica Conceptual en la Diplomatura de Luthería, Universidad Nacional de las Artes – Asociación Argentina de Luthiers. Se ha especializado en construcción de aerófonos de bambú y materiales naturales desde junio de 1985, y se ocupa de investigación acústica aplicada a los instrumentos musicales, investigación del bambú, clasificación botánica y utilización alternativa, diseño y construcción de saxofones y clarinetes de bambú de diseño propio. Produce también accesorios de percusión y rítmica desde 1987, y de diseño de marimbas de bambú desde 1996. Desde 2009 desarrolla exclusivas quenas con aplicaciones de maderas finas nacionales y exóticas. Ha tenido numerosas conferencias de acústica de instrumentos de viento, y sobre el bambú para uso musical.

[YouTube]    [Facebook]

 

 

Las mañanas más lindas

febrero 20, 2021

[Guitar Salon International]

Respirar el bambú (I)

febrero 13, 2021

El shakuhachi, el canto del viento. El instrumento de la tradición japonesa es increíblemente sencillo, e increíblemente complejo a la vez. A menudo el folclore merma en su propia tierra y prospera en lares ajenos, a raíz de las emociones sin fronteras que lleva consigo viajando entre épocas y culturas. Desde Tokio hasta Buenos Aires, tierra de tango y de bandoneones, el canto del viento llega con la voz del bambú, entre las quenas andinas y el shakuhachi del budismo zen. El shakuhachi, o sea meditar mediante el aliento, respiración y música. Juan Manuel Claro (Buenos Aires, 1982) se dedica al estudio de instrumentos autóctonos como la diruba (India), el duduk (Armenia) y sobre todo el shakuhachi (Japón), y participa en varios proyectos de música experimental y étnica. Empezó a tocar el shakuhachi de manera autodidacta en 2007, y desde entonces lleva a cabo un proceso de investigación muy personal entre práctica zazen, respiración, sonido y silencio. Coordina el proyecto «Respirar en el bambú«, organizando clases y encuentros de meditación a través del sonido, retiros en la naturaleza y práctica de Suizen (Zen soplado – meditación a través de la respiración en shakuhachi). Aquí nos cuenta su historia, y su relación con este increíble instrumento.

¿Juanma, por qué acercarse al shakuhachi?

Acá me remonto a 2007, más o menos. Estaba estudiando piano. Un día mientras hacía mi práctica, tuve la sensación de estar manejando una maquinaria enorme y muy por fuera de mí, de mi cuerpo. De esa experiencia, se fueron dando otras que me fueron alejando del piano y de la música como la experimentaba hasta entonces. Se inauguró un tiempo de exploración de varios instrumentos y se fue desarrollando una predilección en mí, por los aerófonos. Algo de lo simple y lo cercano, que estuviera involucrado el aire que pasa a través de mí. En una exposición de Luthiers Argentinos conocí a Ángel Sampedro y tuve mi primer shakuhachi. Hasta ese día, jamás había escuchado ese instrumento, y desde entonces, comenzó un camino que aún hoy voy recorriendo. Recuerdo llegar a casa, con un papel con la palabra “shakuhachi” y buscar en internet … y empezar a escuchar, y quedar hipnotizado … y no poder dejar de escuchar. Fue un shock. Sobre todo, la “narrativa” de las piezas, me llevaban por lugares al que el oído no podía adelantarse, lugares totalmente nuevos. Y después de escuchar … silencio. Un silencio hondo, en el que por un momento, cada gesto del entorno se me hacía nuevo. Es una sensación muy bella … indescriptible.

Empecé a soplar sin poder sacarle sonido, por un buen tiempo. Busqué maestros por internet, pero no encontré nada en Argentina, ni alrededores. Entonces mi vínculo con el instrumento era diario, de exploración continua, escuchaba piezas que buscaba imitar, así descubrí muchísimas posibilidades sonoras. Después de unos años tuve la posibilidad de viajar a Japón, conocer a mi maestro, Chiku Za (Hiroyuki Kodama), convivir con él unas semanas en su casa en las montañas nevadas de Nagano, y tomar toda aquella exploración desordenada y ordenarla, aprender a leer las piezas y en fin … tanto más. Algo muy valioso, y de las primeras lecciones. Hacía varios años que estaba tocando shakuhachi por mi cuenta, de modo autodidacta, y sin guía más que los audios que escuchaba, así que tenía muchas preguntas. Cuando terminó una de las primeras clases – estábamos sentados uno frente a otro – pensé que era el momento oportuno y empecé a hacer unas cuantas preguntas. Sensei hizo un silencio y me dijo: “Juan san, yo no sé, por favor, pregúntale al bambú”. Hizo un gesto hacia el shakuhachi frente a mí, y me dejó solo, practicando. La fuerza de ese gesto fue arrasadora. Todo está en la experiencia, las preguntas tienen respuestas en la práctica. Así. En otra ocasión, le había hecho una pregunta sobre la música de shakuhachi, a lo que él respondió: “Nosotros no tocamos música, respiramos en el bambú”. Esa diferenciación hizo eco en mí, de un modo que todavía hoy sigue viva, y continúo aprendiendo de ella. Y dejó el nombre de nuestro proyecto, Respirar en el Bambú.

Aquí parece que se abren dos caminos: ¿música o meditación?

En algún momento, facilitado por eventos históricos, el shakuhachi se abrió de ser una herramienta de meditación practicada por los monjes komuso de la secta Fuke Zen, como surgió en sus inicios, y comenzó a tocarse musicalmente. Fue un proceso gradual, que todavía hoy sigue desplegándose. El shakuhachi como instrumento musical pasó por el folclore tradicional japonés, la música de cámara occidental, el jazz, y así. Entonces se puede decir que hay una rama del shakuhachi que es musical, y otra que no lo es, por más que se interpreten las mismas piezas. La diferencia está en el modo, en el “desde dónde” surge el sonido. Si el eje está en la respiración o está en el resultado final son dos caminos completamente diferentes.

Cuando toco el shakuhachi no musicalmente, me arriesgo a ser transformado en el proceso … mi cuerpo, mi mente, mis emociones, mi respiración, mi pulso, todo se deja afectar en el proceso, estoy involucrado, atento. Ese riesgo no es menor, es un salto sin medir el resultado, no salto a lo conocido, la pieza no tiene que sonar de un modo en particular … es un despliegue, está viva.

Al regresar a Argentina varias personas se acercaron con la intención de tomar clases conmigo. Fue y es un gran desafío. Había tanto por digerir, discernir, discriminar, dar forma para que pudiera ser compartido. Asumí el compromiso de compartir esta experiencia porque soy consciente del valor que tiene la práctica de respirar en el bambú en mi vida, y me llevó tantos años encontrar a alguien que me guiara, que ahora siento la responsabilidad de brindar este espacio, de guiar a otros. Lo aprendido se ahonda al compartir, se abre y siempre está dando más. En estos años se han acercado unas cuantas personas a participar de la experiencia de respirar en el bambú, algunos han elegido estudiar piezas del repertorio zen y profundizar en el estudio de shakuhachi, otros se llevan una herramienta para enriquecer su vínculo con la respiración y la escucha.

¿Un consejo para novicios?

Lo primero es ser paciente y desprenderse de la búsqueda de resultados. Explorar mucho, jugar con todas las posibilidades sonoras que brinda, que son tantas. Descubrir el modo en que la boca, y la respiración se vinculan con la embocadura me parece esencial … conocer la embocadura del instrumento y que el cuerpo vaya aprendiendo los modos que debe adoptar para poder dialogar con el shakuhachi. Me parece algo maravilloso como la respiración se transforma en sonido, permitirse estar con la atención abierta y asombrarse. Luego vienen los dedos y las notas … pero eso es después. Lo más importante, en primera instancia, está en la embocadura … y respirar, aprender a diferenciar los modos de respirar, etc. También separar los momentos de ejercicios, perfeccionamiento y exploración, de los momentos en que uno se dispone a tocar una pieza. El shakuhachi es un instrumento simple, pero no fácil de tocar. Tiene pocos elementos y muchas posibilidades.

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La Yumba

enero 25, 2021

La voz del silencio

enero 15, 2021

Percibimos solo a través de la discontinuidad. Nuestros ojos solo pueden ver lo que sobresale de un fondo, los contrastes, los bordes de una diferencia de intensidad, color o textura. Necesitamos discontinuidades para que nuestros sentidos puedan apreciar la realidad, o por lo menos generar un modelo de ella, un modelo útil y, a ser posible, hermoso. Así que, de la misma forma en que nuestros ojos necesitan luz y sombra para crear una imagen, nuestros oídos necesitan tanto los sonidos como los silencios para crear música. La música como sucesión de silencios. Y muchas veces ni nos enteramos de ellos.

El silencio es algo que, en realidad, no existe en la naturaleza, a no ser que estemos en el espacio profundo, donde no se propagan las ondas acústicas. Pero aquí, en la Tierra, en realidad cuando hablamos de silencio no estamos hablando de un silencio real, sino de un silencio percibido, una experiencia perceptiva dentro de nuestro panorama acústico. En inglés han forjado la palabra soundscape para referirse a todos los sonidos de un ambiente, un panorama que, sencillamente, no puede físicamente estar vacío. Así que el silencio no es una propiedad de un lugar o de una situación, sino una experiencia sensorial. Y, como es de esperar, es subjetiva. Un “horizonte acústico” no depende solo de la situación ambiental, sino también de nuestras capacidades sensoriales y de las momentáneas condiciones psicológicas. El cerebro capta sonidos en función de nuestra atención (nuestra predisposición a buscar y recibir) y de la saliencia del sonido mismo. La atención puede estar enfocada en buscar un sonido particular (escucha de búsqueda) o abierta y receptiva a todos los sonidos (escucha abierta). O, al revés, puede relegar los sonidos a un segundo plano (escucha de fondo). La saliencia de un sonido se refiere a cuánto destaca dentro el contexto, cuánto de irregular o inesperado es en el panorama acústico. Si todo esto se considera dentro de un marco de estudio de un organismo, hablamos de ecología acústica, como relación entre un ser vivo y los sonidos del ambiente que habita. Es una perspectiva que integra las ciencias cognitivas, la fisiología de los sentidos y nuevos campos multidisciplinares como la psicoacústica. Es curioso cómo los sonidos asociados a las actividades humanas (elementos antropofónicos) no se suelen asociar al silencio, mientras que se admiten los sonidos de los otros organismos vivientes (elementos biofónicos) y del ambiente no-biológico (elementos geofónicos), como el viento o el ruido del mar.

Pero, como hemos dicho, el silencio absoluto no existe. En situaciones extremas, cuando intentamos aislarnos acústicamente del ambiente que nos rodea, el oído sencillamente aumenta su sensibilidad y su búsqueda, y si no encuentra nada empieza a cebarse de los sonidos del propio cuerpo (como la respiración o el latido), o de las vibraciones táctiles externas. Un caso extremo es el de las emisiones otoacústicas. Se detectaron en 1978, y son ruidos que produce el mismo órgano del oído interior, la cóclea, por su misma actividad eléctrica. Como el ruido que hace la nevera y que se oye solo cuando hay silencio en casa. Al no detectar sonidos, la cóclea aumenta su sensibilidad y su actividad, dispara fuerte, y esto genera el silbido eléctrico. Estos sonidos se pueden detectar con micrófonos de alta sensibilidad, y se usan para diagnosticar que un oído está funcionando bien. Si no pita, quiere decir que algo va mal, que la cóclea no está desempeñando su trabajo. Es un test que viene muy bien para detectar defectos de audición en situaciones diagnósticas donde un paciente no puede colaborar mucho, como los neonatos o personas con discapacidad cognitiva. Muchas personas (al parecer sobre todo las mujeres) pueden oír normalmente el sonido de sus emisiones otoacústicas, como un leve acúfeno, aunque no se sabe bien qué relación puede haber entre los dos fenómenos. Son emisiones más patentes también en los músicos, lo cual se interpreta como una mejor capacidad auditiva de quien tiene el oído bien entrenado.

Y tampoco el cerebro se queda quieto cuando hay silencio. Sospechamos que siempre está obrando, incluso cuando no hace nada. En particular, cuando no hace nada se suele activar una red de cables neuronales que llamamos Red Neuronal por Defecto. En realidad, no es una red, sino un conjunto de redes que se ocupan de tareas distintas relacionadas a lo que podemos llamar “vagabundeo mental”. Cuando apagamos la atención asociada a una tarea, el cerebro empieza a vagabundear, entre recuerdos pasados y proyecciones futuras, o a manejar asuntos sociales. Es decir, cuando pasamos de un estado de atención externa (una tarea) a un modo de mentalización interna (silencio), priman los pensamientos asociados a lo que ha ocurrido y a lo que podrá ocurrir, lo que fue y lo que podría ser, la imaginación y la narrativa personal. Narrativa que a veces puede transformarse en un razonamiento fructuoso, y a veces en una rumiación obsesiva y dañina. Suele ser la segunda, y es aquí donde entra una sana práctica de meditación, que nos devuelve al momento presente y a los sentidos, y que nos permite volver a lo que realmente es, ahorrándonos estrés y obsesiones.

Hay dos parámetros psicológicos que vinculan nuestra respuesta emocional al panorama acústico, y son la agradabilidad y el nivel de excitación. El silencio, como estado perceptivo, es incompatible con elementos desagradables y con elementos de excitación. Estos parámetros psicológicos influyen (y se pueden medir) en nuestros parámetros biológicos, como la respiración, el latido y la presión sanguínea, o con la actividad eléctrica de la piel, que delata las fluctuaciones de nuestros niveles emocionales. En los años cincuenta John Lily promocionó los tanques de aislamiento sensorial (cámara de flotación), donde se intenta anular las percepciones en un ambiente protegido de la luz, de los ruidos o de la gravedad. Son experiencias peculiares, porque el cuerpo reacciona alterando todos aquellos parámetros fisiológicos, así como el estado de activación cerebral y la producción hormonal. Pero luego pasan cosas raras, porque los sentidos están para sentir, y cuando no sienten nada empiezan a inventar, incluso desconectándose de la realidad, si es necesario. Lo mismo que ocurre en muchas experiencias espirituales o chamánicas, donde el cuerpo se lleva a una situación de estrés o a una condición sensorial anómala, y el sistema perceptivo reacciona de forma imprevisible y … ¡curiosa! Por esto monjes y chamanes usan el silencio como puerta hacia los que se definen, propiamente, estados “alterados” de conciencia.

Así que ojo con el silencio, porque no siempre la quietud es sanadora, y he sabido que las aguas mansas marchitan los puentes. En psicoterapia los momentos de silencio en un dialogo se usan como indicador de estados emocionales, y algunas terapias utilizan intencionalmente el silencio para estimular o evaluar ciertos procesos internos. A nivel social el silencio se asocia a menudo a la soledad, y a lo largo del proceso de envejecimiento la sordera muchas veces añade un aislamiento acústico al aislamiento individual. Los primates somos mamíferos hiper-sociales, hemos invertido millones de años de programa evolutivo en las adaptaciones sociales, y en nuestra especie esta socialidad se desarrolla sobre todo a través del lenguaje, lo cual requiere una cierta integridad del sistema de producción y percepción vocal. De hecho, se ha visto que el silencio prolongado puede generar cambios bioquímicos del cerebro parecidos a los que se observan asociados a la falta de un ambiente social, cambios que suelen ser bastante perjudiciales a nivel del bienestar psicológico de un individuo.

El explorador polar noruego Erling Kagge nos hizo notar que, en la era del ruido, el silencio es el nuevo lujo. El silencio influye profundamente en nuestra percepción, en la percepción del cuerpo, en la percepción del espacio e incluso en la percepción del tiempo. Y entonces el silencio puede ser una puerta interesante para experimentar con nosotros mismos, y con nuestra mente. Claro está que si en el silencio nos abandonamos a la red neuronal por defecto podemos caer en un proceso de rumiación que nos batuquea entre los recuerdos del pasado y las preocupaciones del futuro. Pero, si logramos controlar la atención, trasformamos el silencio en una fuente de relajación y de conexión, y sobre todo en un momento fuera del espacio y del tiempo que nos permite desengancharnos del pasado y del futuro, para poder disfrutar más libremente del presente. Sabemos que el silencio es una clave fundamental de muchas prácticas meditativas, porque permite manejar la atención y dirigirla hacia nuestros sentidos. Pablo D’Ors, en su Biografía del Silencio, nos presenta el silencio como un campo perceptivo donde puedes llevar a cabo una observación que es realmente transformadora para quien llega a experimentarla.

Ahora bien, es interesante considerar lo que pasa cuando el silencio es … para siempre, como en el caso de la sordera, en particular de la pérdida de la capacidad auditiva total. Y en este caso es increíblemente interesante conocer la historia de Helen Keller que, sorda y ciega, se volvió un icono y una referencia de la pedagogía, de la poesía, del feminismo y del socialismo, habiendo nacido ¡en … 1880! Entre sus obras hay un libro iluminador, de 1908, El Mundo en el que Vivo, donde nos cuenta su universo hecho de tacto y de olores, un mundo de oscuridad y de silencio. Cuando se encontraba en espacios diáfanos, Helen Keller hablaba de “silencio táctil”. Y de repente nos damos cuenta de que estamos dando por hecho que el silencio solo puede ser acústico. Y no, hay muchos silencios, y pueden interesar a todos los sentidos. Incluso el sexto que, para muchas tradiciones orientales, es la mismísima mente.

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Aquí una entrevista en Longitud de Onda (Radio Clásica), que ha sido la inspiración para este post.

 

Tabernero, y a mucha honra

diciembre 18, 2020

Hace más de un siglo Elías Quintano transformó unas cuadras en un local donde guitarras y laúdes podían encontrarse y conversar, compartir, contaminarse, emocionarse, contarse pasiones y secretos. Cuando fue el momento, pasó el mando de este barco soñador y legendario a su hijo Baldomero y este, después de algo más de seis décadas, lo entregó a su hijo Amando. Amando Quintano. Tabernero. Igual que su padre Elías, Baldomero pasó a su hijo no solo la taberna, sino también las patillas. Amando Quintano, tercero y último tabernero de la estirpe de los Patillas. Y a mucha honra, toda la que se merece un gigante. Es increíble cómo un rincón tan pequeño del planeta puede haber albergado tanta historia, tantas historias, y tantas vidas. Es increíble como una puertecilla, tan pequeña y carcomida, haya sido capaz, a lo largo de un siglo, de dejar fuera a todos los ruidos del mundo, generando un espacio ajeno al tiempo donde la música alimentaba a sus duendes y a sus adeptos con la magia que ellos mismos generaban, nota tras nota, canto tras canto, entre abrazos y aplausos, entre cerveza y moscatel. Cuerdas sin amos ni banderas, en una tierra de tangos y de boleros, de flamenco y de folclore, de zambas y bossanovas, de fado, de coplas y de foxtrots. Amando era el sacerdote de este templo. Y su guardián. La sabiduría del tabernero y la pasión del músico. Dispensando vinos y acordes en un espacio acústico sagrado, proporcionando guitarras y percusiones a una variada y surrealista caravana humana de profesionales y de improvisados, de incondicionales y de peregrinos, de cultos y de profanos, de poetas introspectivos y de ruidosos fardones. Era el circo del Patillas, un ejército de artistas y de cantores, de tunos y de bebedores, de gente alegre, todos armados de instrumentos musicales y partituras, de cejillas y afinadores, de chuletas aguardando en bolsillos y carteras entre letras manchadas de Ribera, las nuevas y las viejas glorias, los que iban a por el último trago y los que estaban a punto de disfrutar del primero, hilando generaciones, cosiendo emociones, tejiendo cultura. Bajo el mando, atento y amoroso, orgulloso y modesto, sabio y severo, de Amando Quintano, el último Patillas.

El Gran Tabernero ha acabado su misión. Ha cogido su laúd y, con esa sonrisa suya tan sincera, humilde y noble a la vez, se ha despedido de su orquesta. Se acaba la saga, se acaba una historia hermosa y grande, Amando «El Patillas» ha ido a descansar sus cuerdas. Queda el ejemplo, quedan los momentos, queda la emoción, y queda el mensaje. Queda también la sensación de que ya todo aquello pertenece a otra época, la época de una sociedad con menos reglas y un vivir más espontáneo, con menos recursos y más raíces, más sencilla y por esto más sincera, y tal vez con un abanico más coloreado de sentimientos y de inquietudes. En cada cambio siempre algo se gana, y algo se pierde. De hecho, si ya no hay tabernas donde el duende de la música corre libre y sin bozal no es porque sea algo difícil de imaginar o incluso de crear, sino porque estos locales ya no encajan en la maraña de leyes de nuestra sociedad, y sobretodo porque su espiritu ya no es compatible con el atasco de enajenaciones sociales y relaciones ficticias que esta misma sociedad está fomentando, aparentemente sin mucha cautela, responsabilidad o sensatez, para nutrir una burbuja económica que se ceba de incultura, de apariencias, y de muchas debilidades atávicas del primate humano.

Amando Quintano ha acabado su misión después de ocho décadas y con la cabeza bien alta, aportando vida y color a este universo con la alegría y con la humildad de los grandes. He tenido la inmensa suerte de poder disfrutar de su acogida a lo largo de diez años, de poder viajar con él en este magnifico velero musical, compartiendo ruta con su legendaria tripulación de bardos y trovadores, cruzando mares desde una esquina que siempre ha estado fuera del mundo, y siempre dentro de la historia. Me pregunto qué cara habrá puesto la Muerte cuando ha visto a un hombrecito con largas patillas, una corbata grande y chillona, y una americana algo espaciosa, meterse la mano en el bolsillo y sacar un chupa-chups diciéndole, con su sonrisa siempre sincera y siempre luminosa: ¡toma, esto pá las chicas guapas!

Ciao Amando!

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Os invito a pasear por este canal de Youtube, que recoje unos cuantos vídeos grabados en el Bar Patillas, Burgos. Aquí un artículo y unas fotos del Diario de Burgos, un artículo del Diario de Castilla y León, un documental de RTVE y una entrevista CyL. Os recuerdo también el libro «La verdadera historia del Patillas«, de Paco Arana. Las fotos originales del post son de Miguel Ángel Valdivielso. Abajo, un dibujo de Antonio Cantero, que retrata una velada en El Patillas de 2017.